domingo, 23 de diciembre de 2012

Sobre el cristianismo y el derecho

El cristianismo es uno de los cimientos de la civilización occidental. Nació en Judea, una nación pequeña situada en Oriente próximo, entonces dominada por el imperio romano. Surge como expresión cultural y religiosa del judaísmo que luego se desarrolló con perfil propio en el ámbito de la cultura grecorromana. Ahí, en Judea, surgió el hecho religioso más influyente de la historia de Occidente, con la predica de Jesús de Nazaret, a quienes los judíos reconocen como profeta y los cristianos como el Hijo de Dios, que murió y resucitó para salvar a los hombres. Este hecho se convirtió en una fe a partir del testimonio de los primeros discípulos que reconocieron en Jesús al Mesías o Cristo. Este testimonio se convirtió en un aliento para estos discípulos de Jesús para anunciar el Evangelio, hasta los confines de la tierra. Como consecuencia de ello se formaron pequeñas comunidades creyentes entre judíos y en aquellas tierras agrestes de Judea y Palestina, que luego se expandieron a Grecia; a las naciones dominadas por el Imperio Romano y otras lejanas como Etiopía y Armenia. Para la difusión de la palabra de Dios, los testimonios de los discípulos se escribieron en griego, que luego junto a otros textos forman el Nuevo Testamento, que se convierte en la expresión esencial del cristianismo. El antiguo testamento ya contaba entonces con traducciones al griego y otras lenguas. Para enseñar estos conceptos los primeros cristianos usaron las formas judías, las categorías filosóficas griegas y las técnicas retóricas latinas; con ellas formularon poco a poco una teología que formaron bajo la convicción de estar inspirados por el Espíritu Santo. Dado que Jesús no escribió texto alguno, los documentos esenciales del cristianismo son estos testimonios. El más antiguo es la correspondencia de Pablo de Tarso redactada entre el año 50 y el 58, luego están los Evangelios propiamente dichos comenzando con el de Marcos que fue redactado hacia el año 65 con las tradiciones de los años cuarenta, los de Mateo y Lucas, que se considera fueron redactados entre los años 70 y 80, el de Juan de entre 90 y 95; además existen otros Evangelios posteriores que se consideran apócrifos: el de Pedro que se considera redactado entre 120 y 150, el protoevangelio de Santiago datado entre 150 y 170 y el Evangelio copto de Tomás de aproximadamente el año 150. Jesús de Nazaret no tenía la intención de crear una nueva religión sino de reformar la fe judía, mediante sus doce discípulos que simbolizan las doce tribus de la nueva Israel. Sin embargo el resultado fue la conformación de un sistema religioso que ha dado lugar al cristianismo. Su doctrina, y el movimiento social surgido del judaísmo, creó una nueva religión, cambió para siempre la historia, el calendario y la forma de vida, de manera tal, que nuestra cultura no puede ser explicada sin las raíces judeo-cristianas, que unidas a las helénico-romanas forman su núcleo fundador. El cristianismo rápidamente se expandió por el mundo latino, al grado que se propagó desde Grecia, donde Pablo de Tarso predicó, hasta España, a donde llegó Santiago; y desde el Norte de África hasta el Norte de Europa. Las comunidades cristianas crecieron en medio de la decadencia del Imperio Romano. Originalmente el cristianismo no tuvo un significado jurídico o político sino solo moral. Sin embrago, al ser una religión de leyes divinas, estableció como prioridad el entender esta ley, y centró un gran esfuerzo en explicarla. El cristianismo es, en este sentido, una religión de leyes a las que deben sujetarse los hombres, como muestra de respeto a Dios. El cristianismo llegó al fértil terreno del pensamiento estoico romano, con el que rápidamente estableció relaciones complementarias al establecer la necesidad de respetar un orden, como al valorar la conducta personal en el seguimiento a mandatos naturales para los estoicos y divinos para los cristianos. Pero al mismo tiempo estableció marcadas diferencias que se pueden concentrar en los siguientes temas torales: El Monoteísmo y el prisma teológico El sentido de solidaridad basado en el mandato de Dios de amar al prójimo establecido en la norma esencial del cristianismo, se conectó con las ideas estoicas que pugnaban por los principios universales con una conciencia individual. La diferencia estaba en que en el estoicismo la solidaridad era producto de la naturaleza del hombre, mientras que para el cristianismo era mandato divino, un producto de la ley de Dios. La expansión cristiana fue una revolución en la sociedad que transformó profundamente los conceptos de valor que los romanos habían asumido del mundo Griego. Con la nueva religión se revisaron los conceptos de justicia, derecho, legitimidad, así como otros muchos para ser releídos a través del lente de las escrituras bíblicas. El cristianismo es un punto de referencia no solo en la historia material, sino en la evolución del pensamiento sobre el derecho y la justicia. La idea de Dios generada en el Antiguo Testamento y que reciben las escrituras cristianas, es de totalidad absoluta. El único Dios de los judíos era de un poder completo, dotado de una voluntad a la que debía servirse mediante una sumisión absoluta, que implicaba tanto sacrificios, como muestras individuales de respeto y veneración. Tan grande poderoso es Dios que los hombres no pueden entender su inmensidad. Él está en otra dimensión, inalcanzable para las mentes de los mortales. Por eso el hombre como criatura de origen divino depende absolutamente de Él, quién ejerce un señorío total sobre todas las cosas. Esta idea judaica de la grandeza de Dios, es asumida en el Nuevo Testamento, que en contraste con la posición de obediencia en pie de lucha que sostenían los judíos, los nuevos cristianos siguiendo el mandato de amar, hacen surgir la virtud de la humildad como cualidad del hombre cristiano. Todo el pensamiento libre y panteísta de la cultura griega y luego romana es revisado por la revelación de las escrituras Sagradas, por lo que el pensamiento filosófico se somete a partir de entonces a la teología del pensamiento único. La voluntad de Dios como causa legítima Para el cristianismo la voluntad de Dios se expresa en la ley, en textos escritos y sagrados, que tienen carácter obligatorio, son derecho divino. En estos mandatos expuestos en las tablas de la ley recibidas por Moisés y luego extendidas para los cristianos en los Evangelios; destaca el deber de amar, que los conmina a tener una existencia casi heroica en el mundo, para mostrar su acatamiento a la ley divina. Este mandato contrasta con las exigencias ascéticas de las religiones orientales y las versiones estoicas que concentran la atención solo en la vida interior. Esta visión universal de la ley divina llega a una sociedad helenística que se convulsiona con las invasiones bárbaras, se agita con la relajación de las normas morales romanas, y se dispersa en múltiples ideas espirituales, por lo que la visión unitaria del mundo creado por un solo Dios, adquiere una vitalidad que en poco tiempo domina las comunidades infundiendo una energía intelectual que habiéndose nutrido de las ideas griegas, transforma el mundo en unidad donde hay una sola ley que debe guiar a los hombres en su vida espiritual. De ahí surge la necesidad de formar una sociedad religiosa que difunda estos valores, una comunidad que tenga el poder de la verdad espiritual; esta sociedad es la Iglesia. La institución que surge por el vínculo místico de la fe en Cristo, sancionada por el bautismo y es la depositaria de la revelación cristiana que viene dada por voluntad divina. Esta comunidad es distinta a la polis y la civitas, que son simplemente la sociedad civil con el poder temporal de los hombres. A partir de entonces hay comunidades unidas por la vida civil y comunidades unidas por la religión expresada en leyes divinas. A diferencia de la antigüedad grecolatina en donde lo espiritual y lo material confluían en la comunidad y en el ejercicio del poder político, el cristianismo introduce esta dualidad que tiende a limitar el poder temporal por medio de la difusión de principios que tienen fuerza espiritual, y que luego se transforman en una moral comunitaria. Esta concepción universal da como resultado una dualidad: por una parte habrá un culto general de todos los hombres a Dios, y por la otra que puede haber distintos poderes temporales, ya que no se trata de hacer una monarquía temporal universal. Nace el carácter supranacional de la Iglesia y se contrasta con carácter nacional del poder de los pueblos. A diferencia del pensamiento judaico que mantiene la idea nacionalista, que implica la expansión de los principios judíos por medio de la absorción de los pueblos, o su influencia en ellos.

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