sábado, 14 de mayo de 2016

La insatisfacción con la justicia

La difusión de casos de actos injustos que no son resueltos por las autoridades pone en evidencia que como parte de la evolución de nuestras instituciones, ahora mismo vivimos una profunda crisis en el servicio público de justicia. La percepción de crisis no es nueva, ya desde el siglo XIX se planteaban alternativas para resolver el rezago y la falta de supervisión en el poder judicial. En el siglo XX quizá la prioridad fue la conformación de estructuras judiciales que operaran regularmente en los estados y la consolidación de un crecimiento en calidad en el poder judicial federal. La normalización democrática que vivimos a partir de las reformas de fines de los años ochenta a la fecha, ha puesto de manifiesto la necesidad de contar con un servicio público de justicia más eficiente en su respuesta a las necesidades de los mexicanos. En una cuantas décadas se han creado una multiplicidad de tribunales y órganos especializados en cuestiones estratégicas como la propiedad intelectual, competencia económica, telecomunicaciones, justicia administrativa a nivel local, sistemas alternativos de justicia, sin de mar de mencionar el crecimiento de los casos de arbitraje para resolver controversias. Al mismo tiempo la cantidad de asuntos que se presentan ante los tribunales ordinarios en materias cilvi, penal, control constitucional y otros más han crecido de forma muy importante. La demanda social por la justicia es enorme y la respuesta ha estado históricamente rezagada. Ante eso el estado mexicano ha dispuesto un crecimiento de las estructuras encargadas de este servicio público, pero que no han sido por mucho suficientes. Una enorme cantidad de leyes y reformas de enorme importancia se han aprobado y otras están en discusión. Vivimos una transformación del sistema de justicia penal, desarrollamos el sistema de justicia administrativa que brinda a los ciudadanos mecanismos de defensa contra las autoridades, se aprobó una nueva ley de Amparo que amplia el ámbito de defensa de los derechos fundamentales, se plantea una reforma necesaria al sistema de justicia laboral y se trabaja en terminar de una vez por todas con los conflictos agrarios. Sin embargo, aunque la transformación es profunda los resultados perceptibles por los ciudadanos son pobres. La sensación de impunidad es enorme, la inseguridad crece y el respeto a las autoridades encargadas de la justicia se desgasta peligrosamente. Una mejora en la calidad de la justicia es un proceso largo y farragoso porque implica cambiar no solo los procesos sino la actitud y la inercia, supone capacitar a miles y miles de personas y supone una lucha sin cuartel contra la corrupción y la denegación de justicia. Sin embargo es el único camino para consolidar el estado de derecho. La prioridad para el estado mexicano está precisamente ahí. Es una cuestión de estado, colocada mucho más allá de cuestiones políticas. Es una tarea a la que debemos sumarnos todos con una visión y compromiso con México. Los cambios en los sistemas judiciales se producen en décadas y la fuerza y respeto de las decisiones judiciales se consolidan mediante la práctica reiterada. La justicia está en crisis, hay que reconocerlo, pero el primer paso para resolver el desafío es levantar la mirada y aportar lo que nos corresponda, en lugar de desgastar cada vez más a las instituciones. Ellas son al fin de cuentas la mejor garantía para la justicia. A más fuerza institucional de las autoridades judiciales menor impunidad. Nuestro sistema judicial ahora tiene muchas más puertas abiertas en la defensa de los derechos de los habitantes y debemos defender estos avances en los tribunales locales y sobre todo federales. México se va desarrollar solo si consolida el servicio público que se percibe con mayor rezago: la justicia.

sábado, 7 de mayo de 2016

El enojo y la esperanza

La ira se produce normalmente cuando alguien es tratado injustamente y se le produce un daño que es relevante o puede ser relevante para alguien. Los casos de grandes injusticias difundidos masivamente producen frustración y enojo colectivos. La narrativa reiterada de casos injustos genera rencor y percepción negativa para los responsables de hacer justicia: las autoridades. La opinión pública dada vez está expuesta a más casos de injusticias notables, porque ahora se difunden más. El campo fértil para sembrar un mensaje de ira es precisamente la frustración generalizada ante las injusticias. Y esto es lo que ha sucedido en casos recientes: desde las reacciones en Grecia que llevaron al poder a la izquierda, el ascenso de Podemos en España, el crecimiento de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, la caída de Cristina Krishner en Argentina, la crisis política de Lula y Dilma en Brasil y por supuesto el caso más difundido hoy del ascenso de Donald Trump. No es casual que en todos estos casos hay una clara tensión entre la creación de una esperanza y la frustración posterior que producen las injusticias difundidas. Esperanza enorme de progreso se generó en Grecia desde los juegos olímpicos que devino en impotencia dada la crisis económica posterior; Ilusión de salir de la crisis mediante una via alterna produjo Podemos en las elecciones españolas, que luego ha devenido en caída dadas las divisiones internas del movimiento emprendido por Iglesias y sus socios; La esperanza de mayor justicia social se produjo con el peronismo de Krishner y la ira ante una narrativa de excesos y complicidades; la ilusión de los brasileños con el pujante desarrollo impulsado por el petróleo que fue puesto de ejemplo en el mundo, que pasó rápidamente a ira ante los excesos, la corrupción como falta de orden financiero y de gobierno; y en el caso de los Estados Unidos el Presidente Obama llegó a la presidencia con la esperanza de una transformación que al diluirse en gran medida ha desilusionado a grandes sectores. La oferta de una esperanza es crucial para una causa política, pero ahora esta oferta puede estar apalancada simplemente por la sed de castigo a las autoridades que aparecen como injustas o ineficaces para generar justicia, casi sin importar nada más. Es una suerte de venganza ante la frustración. Estos hechos son aun más evidentes en las esferas locales en donde la narrativa de la injusticia puede llegar a ser más relevante para la vida cotidiana de las personas. Los sectores más proclives a reaccionar ante la injusticia detonante de la ira, suelen ser los sectores más castigados o con menos oportunidades. Esos son los grandes segmentos que apoyan Trump en Estados Unidos y los que reaccionaron en Argentina y lo hacen ahora en Brasil, los que cultiva SYRIZA en Grecia y Podemos en España. Son segmentos que son proclives a respaldar una opción populista de castigo a lo establecido. En el caso de México está creciendo ese mal humor colectivo que se alimenta de la injusticia y la impunidad, y que plantea una nueva forma de actuación política de cara a los procesos electorales y abre la puerta para crear una oferta populista basada en la ira. La oferta de esperanza razonable y empática es el principal reto de los partidos para neutralizar la disrupción del populismo vacío. En ese sentido vale la pena observar como los movimientos emergentes en Europa están evolucionando para generar junto al enojo, esa esperanza con ofertas de programas más o menos concretos, porque la opinión pública pasa de la ira inicial a una etapa más reflexiva, lo que ha vuelto a su dimensión a estos movimientos en Inglaterra, España, Grecia e Italia, luego de que parecía que arrasarían en cuanta elección se presentara. A esta evolución reflexiva que conecta con una esperanza asequible es a lo que apuestan Hilary Clinton, como los partidos políticos en Europa y América Latina. El reto es construir una narrativa esperanzadora, responsable y razonable que lleve los debates políticos a la visión del futuro compartido, más que a la simple satisfacción de los apetitos mediante la exaltación del enojo.