sábado, 12 de abril de 2014

2 GDL

Hay dos Guadalajaras. Como hay dos Mexicos. Nuestras comunidades viven una tensión en medio del contraste. La ciudad tiene tamaño considerable. Aun está lejos de ser una gran ciudad que haga trascender su nombre en el mundo. Para hacerlo es necesario resolver esa tensión. En la historia de la ciudad se ha consolidado una idea de división entre el Oriente y el Poniente de la mancha urbana. Hace algunas décadas se situaba la frontera en el trazo de la Calzada Independencia. Aun quedan rastros de aquella demarcación que parecía formada por cuatro cuadritos en los cuarteles Hidalgo,Juárez, Libertad y Reforma. Esas divisiones territoriales no existen más, ni las formales como tampoco las convencionales. Pero existen aun dos Guadalajaras. La una, está formada por instituciones eficientes con visión global que son altamente productivas. En ellas trabajan miles de personas que viven a un ritmo acorde con el vértigo y la incertidumbre propia de nuestro tiempo. Están sujetas a mediciones continuas de su desempeño y a la competencia abierta. Se sitúan en los cuatro puntos cardinales de la ciudad desde las fábricas de autos y partes automotrices en El Salto, hasta las empresas que desarrollan software en Zapopan, pasando por las instituciones financieras en Guadalajara; en plantas y edificios también trabajan empresas comerciales altamente eficientes ubicadas prácticamente todos los rincones de la metrópoli. En los últimos 20 años la ciudad ha visto como estas unidades eficientes se implantan y desarrollan generando una sensación de progreso. Esa Guadalajara es una ciudad que puede compararse con cualquiera en el mundo. Los más jóvenes viven con la visión bien puesta en esta Guadalajara interconectada y vibrante. La otra, Guadalajara está formada por miles de personas y unidades económicas que actúan inercialmente. La informalidad, la falta de rigor, como la tendencia a eludir el cumplimiento responsable, los convierte en altamente improductivos. Esa otra Guadalajara está también en todas las zonas de la urbe: tienditas, puestos ambulantes, tianguis, talleres, que aparecen para formar un rico contraste económico y social. Esa tensión entre la vida tradicional y la eficiencia enfocada al mérito individual, es una de las características de nuestra sociedad. La ciudad vive una transformación silenciosa en la que avanza la actualización, la interconexión en una convivencia con ese sector tradicional que ha caído en la trampa de la baja productividad y los bajos salarios. Es imperioso que la ciudad impulse todas fuentes de crecimiento con innovación que generen valor económico que llegue a las familias. Los estímulos para inducir la transformación de las unidades económicas en empresas son esenciales. Hay mucho que hacer aun para estimular el paso a la formalidad, para quitar obstáculos a la iniciativa creadora y sobre todo para fomentar el espíritu emprendedor entre los jóvenes. Las regulaciones actuales muchas veces estimular al sector tradicional a mantenerse ahí, con el pretexto de medidas asistencialistas. Es necesario crear condiciones que alienten a mas personas y empresas a incorporarse a la vida económica formal de la Guadalajara global. Se deben eliminar los incentivos que premian la ineficiencia y la informalidad. Con el pretexto de luchar contra la pobreza se alienta al comercio ilegal, se premia a algunos con condiciones preferentes que nos equitativas, se aplican limitaciones al crecimiento del comercio eficiente, se limitan iniciativas innovadoras en el uso y aprovechamiento inmobiliario, y se mantienen prácticas regulatorias absurdas. El mejor estímulo a la creatividad es la libertad personal y económica. Guadalajara avanza en su incorporación como una metrópoli global, pero lo hace a un paso lento. Aun estamos en muchos sentidos cerrados al cambio, a pesar de que lo tenemos aquí y disfrutamos de él. Las dos Guadalajaras conviven en un mismo territorio, las dos se trensan en la vida cotidiana. Tienen colores distintos. Sabores distintos. Rostros distintos. Y no se trata solamente de de cuestiones económicas, sino de una actitud ante la realidad. Los más jóvenes inclinarán la balanza para hacer cosmopolita y orgullosa de de su cultura a una ciudad que debe abrirse con vigor y decisión a medidas que liberen la capacidad y la iniciativa. Estimular una educación abierta y libre en los jóvenes y abrir las ventanas y las puertas nos llevará a hacer la gran ciudad trascendente en el mundo, que queremos los que amamos la libertad y a esta tierra.

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