sábado, 22 de abril de 2017

La elección en Francia

La Francia eterna se enfrenta consigo misma este 23 de abril. La insatisfacción ha dominado el proceso electoral que culmina con una votación en la que está en juego el futuro de la República y de la idea de la unidad europea misma. La cuna de la revolución liberal por excelencia tiene frente a sí la decisión de defender la visión internacional construida a partir de las libertades de las personas y la tolerancia como principio o echarse en la corriente del nacionalismo de corte más autoritario que ha quedado de manifiesto en las elecciones que marcaron el Brexit, la llegada de Trump, y recientemente el triunfo de Erdogan en Turquía. La elección tiene dos extremos: por una parte la candidata Marine Le Pen, líder de la derecha más nacionalista y Juan-Luc Mélenchon, en la izquierda más radical; el triunfo de cualquiera de ellos por la mitad más uno de los votos marcaría un cambio de rumbo en Francia y Europa, especialmente amenzante resulta la posición de Marine que ha amenzado con el Francexit. En el centro están Emanuel Macron, un joven sin experiencia que no cuenta con el respaldo de ningún partido y que se ha convertido en la sensación por su rápido crecimiento, aunque sus posiciones son un tanto inciertas. Junto a él el líder Conservador Francois Fillon que se ha visto envuelto en escándalos ha perdido el fuelle inicial. Quizá como en ningún otro país el descontento con la clase política y especialmente con el gobierno es tan alta y compleja como en Francia. Las prestaciones sociales tradicionalmente altas se han desgastado y las finanzas públicas no pueden pagar el bienestar al que están acostubrados los franceses, la aprobación del gobierno es de sólo 4 por ciento y la decepción sobre los partidos es una abrumadora mayoría. El debate sobre la migración crece cada día empujado por los eventos terroristas y ha llevado a plantarse la conveniencia de endurecer las políticas no solo en migración, sino en la integración europea misma. Marine Le Pen y Mélenchon tienen un discurso que hace eco de ese descontento y cargan contra el desempeño de los últimos gobiernos con furia para generar simpatías a su favor. Pero su oferta es técnicamente insostenible porque prometen una vuelta al bienestar y tranquilidad que no puede sufragarse sin aumentar drásticamente los ingresos públicos. Marine promete cerrar fronteras y Melenchon unirse a la revolución social bolivariana de Venezuela y Cuba en una idea más romántica que política. Los candidatos de centro son más razonables y plantean recortes al gasto para enderezar la economía según Fillon, pero su desgaste es enorme porque la propuesta es seria pero poco atractiva. Macron en cambio es un rockstar que plantea una posición favorable al mercado, con recortes al gasto público, propuestos por una persona que nunca ha tenido un cargo público, es más proclive a los acuerdos europeos y de la buena relación con Alemania. Su formación política es realmente nueva: En Marche nació hace apenas un año y aunque carece de una estructura real para disputar los distritos en la Asamblea, ha logrado sumar más miembros que ningún otro partido. El sistema electoral galo exige que en una primera vuelta el ganador tenga más del 50% de los votos para evitar la segunda. Ahora mismo las encuestas marcan una elección de cuatro sin un ganador claro en la primera vuelta, así que sería una sorpresa que alguno alcanzara la cifra mágica del 50%. Pro lo que sería un desastre es que las opciones para la segunda vuelta fueran los radicales. El atractivo de Marcon puede ser el aglutinante de una opción frente a Le Pen que parece estar enfilada a participar en la segunda vuelta el 7 de mayo. Lo que suceda este domingo es una lección para las naciones que preparan elecciones como México. El hartazgo y la inconformidad está impulsando a nuevos liderazgos y pulverizando al tradicional sistema de partidos. Le Pen, Melenchon y Macron, cada uno desde su puesto están proponiendo cambios profundos en medio de una situación económica que no tiene otro camino que recortar el bienestar. El dilema es ser o no ser el símbolo liberal o emprender una ruta hacia el populismo.