sábado, 28 de junio de 2014

Crisis migratoria

Miles de niños en los últimos años han cruzado la frontera con Estados Unidos. Lo han hecho de la mano de sus padres en el mejor de los casos. En los últimos tiempos solos. Animados por las expectativas económicas, por la manipulación de grupos de delincuentes y por una enorme maquinaria de tráfico de personas que se ha consolidado a lo largo de los años. Pero lo más grave, además del enorme peligro que corren de sus propias vidas, es que este flujo migratorio pone de manifiesto una realidad: la enorme cantidad de familias divididas por la decisión migrar, y la enorme necesidad de tomar medidas de fondo para resolver un tema que es esencialmente humanitario. Los gobiernos de Estados Unidos, México y de los países de centroamérica tienen la enorme responsabilidad de encontrar una respuesta que permita respetar la legalidad y brindar seguridad y bienestar a miles de personas que buscan encontrarse con sus familiares, por que necesitan de ellos, porque los aman, pero sobre todo porque tienen derecho a estar con ellos. Los tratados internacionales obligan a México a cuidar puntualmente del respeto a los derechos de los migrantes, aun cuando violen las normas migratorias. Lo mismo debe suceder en los Estados Unidos. Pero en ambas naciones sucede que hay miles de familias que han sufrido los estragos de políticas que restringen la libertad personal cobijadas en normas de seguridad con tintes nacionalistas que tienen un trasfondo político y económico. Ahora el tema ha llegado a Washington y se ha convertido en parte de la agenda de gobierno y mediatiza de los últimos días. Esto es una enorme oportunidad para plantear soluciones estructurales de fondo, que implican tomar medidas normativas y administrativas en ambos países. La solución implica necesariamente un proceso de intensificación puntual de las personas, un sistema de seguridad y un manejo humanitario que respete la dignidad de menores, madres y padres. Es una oportunidad para mostrar el espíritu de aliados que debemos tener con nuestros vecinos del Norte y del Sur. A toda costa hay que evitar que los menores corran el riesgo de terminar en un cementerio en el Sur de Texas, como el encontrado recientemente. O que sean fácil presa de los grupos criminales que los reclutan para tareas ingentes. No podemos voltear la espalda a esta realidad, que aun en las calles de nuestra ciudad se manifiesta en rostros de inmigrantes pidiendo ayuda. Ahora toca el turno de la acción de la diplomacia, pero soportada en una conciencia y compromiso social solidario con quienes necesitan ser tratados con dignidad, respeto y consideración que merecen todos los niños del mundo. Los ojos de esos niños, sus manos pidiendo pan, su endurecimiento repentino en la frontera es una injusticia ante la que hay que levantar la voz para exigir soluciones inmediatas y eficientes. No es un tema menor cuando más de las mitad de las familias en México tiene un familiar directo o político que vive en los Estados Unidos. Y cuando hay más de 20 millones de Mexicanos allá y más de una Millón de Norteamericanos aquí. Y menos si somos socios y aliados.

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