sábado, 31 de diciembre de 2016

Fatiga social y liberalismo

Las sociedades liberales, es decir aquellas que se sustentan en la vigencia del estado de derecho, las libertades personales, el libre transito de personas, bienes y capitales, han visto como grandes grupos sociales dentro de ellas, se manifestaron en contra de algunos de sus principios. En el año que terminó fuimos testigos de hechos políticos señeros en ese sentido: el Brexit, el triunfo de Trump, la guerra en Siria y el apoyo ruso a las tropas oficiales, la derrota oficial en Italia, el triunfo del no en Colombia, y el ascenso de los grupos políticos nacionalistas en Francia, Alemania y Holanda, entre otros muchos. Estas reacciones se han levantado contra los procedimientos que han fatigado el tejido social: la reconversión industrial que creó desempleo, la inmigración que genera tensiones, la ineficacia para resolver los problemas sociales de salud y seguridad. En realidad tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos el rechazo ha sido claramente una cuestión focal, pero que ha abierto la puerta a una discusión que puede ser mucho más profunda, y es ahí donde puede haber una amenaza a las libertades. Aparentemente no se trata de que la derrota de los europeístas o de los demócratas suponga el fin del liberalismo; o que se hubiese votado en contra de las libertades o del individualismo o en contra del sistema de libre mercado. Se votó en contra de la forma como se han aplicado los principios liberales. Lo mismo sucedió en las otras naciones en las cuales había un punto focal de política interior que inclinó la balanza. Se trata de una reacción ciertamente conservadora, enfocada hacia un individualismo meritocrático que triunfa sobre los procesos de solidaridad y subsidiaridad social que han probado ser tan benéficos en Europa, pero que han resultado costosos y en algunos casos insostenibles, como en el caso de Grecia. La vuelta al nacionalismo es una forma de acentuar el criterio de que los beneficios deben corresponder a quienes los generan. Reclama que los principios del mercado deben estar enfocados a proteger primero a los más productivos y para ello es necesario enfocar la acción del gobierno hacia los estímulos a la producción. Quizá la fatiga social se ha acrecentado con la implantación de la incertidumbre como principio rector de la actividad económica, lo que despierta la nostalgia de la estabilidad de las décadas doradas del siglo XX. La idea del progreso como uno de los ejes centrales del pensamiento liberal, está atado al cambio, la apertura y el intercambio como motor del crecimiento y de la riqueza cultural. Los liberales hemos creído siempre en el valor de la educación, la difusión de las ideas, la libertad de expresar y publicar como los motores de un cambio positivo que conduce a la sociedad a una espiral de conocimiento, productividad y bienestar. Sobre la base de estos principios germinaron: la idea de la constitución, el capitalismo, y luego: la sociedad de la información, la globalización económica, el desarrollo del telecomunicaciones y un orden en el comercio global, asegurado por la fuerza militar de las naciones occidentales con Estados Unidos a la cabeza. El orden geopolítico se centró después de la segunda guerra mundial, en mecanismos multilaterales que generaron certidumbre para asumir reglas globales en temas políticos, económicos, monetarios y militares, por medio de la ONU, el FMI, el Banco Mundial, la OTAN, la Comunidad Europea y otros acuerdos. Pero todo ello ha creado una ola de incertidumbre porque las decisiones locales y personales siempre están expuestas a factores externos impredecibles. La fatiga social ha creado una ola de inconformidad con la forma como funcionan estos instrumentos. Es decir hay una censura al desempeño y por eso seguramente en la agenda inmediata habrá un debate sobre la eficacia de estas instituciones, y habrá presiones para que se reformen. Las disputas podrían centrase en los resultados prácticos habidos, y en los equilibrios geopolíticos que están detrás de ellos. Lo que supone un debate al interior que puede conducir a una mejora o a una crisis de las mismas. El riesgo que se cierne sobre este proceso de inconformidad y exaltación es el crecimiento de la intolerancia que traen los sentimientos de exclusión. Estos sí amenazan a los principios esenciales del liberalismo. El respeto a la dignidad de la persona, al estado de derecho y a las libertades como el eje central sobre el que se construye la certidumbre social, son los valores a defender en medio del debate que aparece en el horizonte. Es decir, que no es lo mismo debatir sobre el desempeño y reforma de la UNU, la OTAN, el FMI, el NAFTA o la Comunidad Europea, que enfocarse a debatir sobre la tolerancia a los grupos étnicos, la repatriación forzada o la justificación de una guerra de odio por nacionalismos o principios religiosos. El ascenso del pragmatismo político que vemos en Estados Unidos y Europa se enfrentará al pensamiento liberal que no parece dispuesto a retroceder en estos temas esenciales para la civilización occidental. Para los mexicanos este proceso de debate puede significar la oportunidad de tomar una posición más definida. La realidad geopolitica, nuestra historia y composición social nos condicionan a defender la visión liberal, a pesar de que incluso no hemos podido implantarla plenamente. la realidad nos obliga a defender el libre comercio, el transito de personas, de mercancías y capitales. A respaldar los mecanismos multilaterales sobre las relaciones bilaterales en las que muchas veces tenemos debilidades por nuestra dimensión y desarrollo. Y este proceso lo habremos de vivir probablemente en medio de una creciente fatiga social interna, que hace crecer la inconformidad, otra vez, ahora sobre la forma como se han aplicado ciertas políticas internas. México irá a debatir al exterior en medio de un proceso electoral, que requiere de los actores patriotismo y responsabilidad política para defender los principios liberales como valor esencial de nuestra estructura constitucional. Habrá una gran oportunidad de mostrarnos a nosotros mismos que tenemos una nación más fuerte y madura politicamente, capaz de jugar un papel más activo en al mundo liberal.

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