sábado, 3 de diciembre de 2016

Lidiar con la posverdad

Hoy existe una amplia zona gris entre la verdad y la mentira. La nítida frontera ha cedido. Y ahí cabe la posverdad que estimula las emociones por encima de la realidad. La frontera entre lo correcto y lo incorrecto, lo real y lo ficticio se difumina mediante afirmaciones que son falsas pero emocionalmente atractivas. La difusión de mentiras deliberadas se ha convertido en una práctica común, no solamente en el ámbito de las comunicaciones personales y privadas, sino que ha irrumpido en la información institucional. La difusión de estas mentiras deliberadas plantea enormes desafíos para los medios de comunicación porque muchos de los actores de la vida pública están utilizando este mecanismo para intentar manipular la comunicación masiva. Hace apenas unos días Donald Trump publicó un tweet afirmando que millones de sus compatriotas votaron ilegalmente en la elección. Los medios difundieron este mensaje a sabiendas que carecía de fundamento. Sabían que era una mentira. Algunos matizaron el tema señalando que no ofreció pruebas y otros se limitaron a la reproducción del mensaje. Pero el efecto buscado se consiguió: conectar emotivamente con parte del público votante de Trump. Este ejemplo desató una polémica respecto a la forma como debe tratarse este tipo de información en los medios de comunicación más serios, que son referencia para formar opinión. Lo mismo sucedió con el caso de la planta Carrier que se trasladaría a Monterrey desde Indiana, en donde los mensajes dirigidos a exaltar los sentimientos nacionalistas y de protección a los trabajadores fueron la prioridad sobre la realidad misma. El uso de las redes sociales como mecanismo para lanzar estos dardos que estimulan sentimientos es altamente efectivo, porque la naturaleza de los mensajes no exigen ni pruebas ni argumentos, sino solamente el valor de decir las cosas de forma contundente. Si los mensajes provienen de personas públicamente expuestas o de minorías estridentes, los medios las reproducen porque constituyen noticias atractivas. En muchos casos se sabe claramente que hay un mentira en el mensaje pero se difunde dejando a la supuesta responsabilidad del emisor su contenido. Este mecanismo de la llamada era de la posverdad ha sido esencial en el proceso de elección y ahora desempeño de Donald Trump como presidente electo. Y todo indica que será una forma cotidiana de la comunicación oficial en los próximos años en la Casa Blanca. Lo que supone un enorme reto para quienes resultan afectados y para la manera de informar. México y los mexicanos hemos sido afectados por el uso de estos mecanismos y no tenemos una forma de reaccionar eficiente, porque los mensajes trasmitidos han cumplido su cometido político, pasando por encima del principio ético del respeto a la verdad y a lo correcto. El mensaje que acusa de voto ilegal logró distraer respecto al recuento de la votación en algunos estados, y el del supuesto mantenimiento de la planta de Carrier en Indiana consiguió trasmitir el sentimiento de que el presidente cumple sus promesas con determinación. La verdad es que ni hubo millones de votos ilegales, ni la planta de Carrier en Monterrey será eliminada, pero eso no importa ya. Aunque es moralmente relevante conocer la realidad, en términos de comunicación ya no es un tema vigente, por lo que la impresión emotiva inicial es lo que realmente perdura en la audiencia. Desde que se publicó el libro de Ralph Keyes La Era de la Posverdad en 2004, el término se ha convertido en referencia; al grado que el diccionario Oxford lo ha designado el término internacional del año. Ahora la posverdad se ha convertido en una realidad en la comunicación cotidiana con enormes efectos políticos y sociales. La sensación de que han caído las fronteras entre la verdad y la mentira ha creado la sensación de una degradación de la moralidad y de un fortalecimiento de una cierta autonomía o incluso impunidad en cuanto a la difusión de mensajes deliberadamente falsos. Estos mecanismos son una amenaza para la libertad y la dignidad de la persona. La acción para señalar lo que es real, verdadero y correcto es necesaria en el juego de la comunicación en la democracia. Ceder a la tentación de lo atractivo emocionalmente, dejando de lado la objetividad representa una renuncia a la responsabilidad en defensa de la libertad de expresarse y del derecho del público a estar informado.

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