sábado, 11 de julio de 2015

La encrucijada griega

Hoy se define el futuro de Grecia luego de un muy desgasten proceso de negociación que ha puesto a la población en una situación muy difícil. La decisión de que el país heleno permanezca en el sistema europeo es esencialmente política, pero las condiciones bajo las cuales deberá pagar a sus acreedores resulta de un altísimo grado de complejidad por lo que significa. Sin duda, como lo han sugerido los Estados Unidos, es estratégico que la nación se mantenga unida a la Comunidad Europea, a la Otan y al sistema económico occidental, porque arrojarla significaría echarla en manos de Rusia. Sin embargo el costo que implica es hacer económicamente viable que los griegos paguen puntualmente una deuda que rebasa el 180% del Producto Interno Bruto, que salgan del impago, y que ahora sí cumplan las condiciones financieras que a lo largo de décadas han ido eludiendo. La crisis actual es producto de muchos años en que Grecia gastó mucho más de lo que producía y fue adquiriendo una deuda cada vez mayor, hasta que se volvió insostenible en las condiciones inercia de su economía. Una situación parecida a lo sucedido en Irlanda, Portugal, España e Italia y que ha colocado a estas economías en situación difícil en los últimos años. La diferencia es que en Atenas se dio un giro político que en principio resulto esperanzador y que ahora se enfrenta a la dura realidad. Si bien los electores griegos votaron contra las medidas de austeridad impuestas por los acreedores, también lo es que los ciudadanos alemanes, holandeses y muchas naciones más han votado para no seguir entregando su dinero a los griegos. Y además ciudadanos de países como Lituania que también pasan por situaciones de austeridad no pueden estar de acuerdo que a sus pares griegos se les dispensen más consideraciones que a ellos. Y pero aun resulta el precedente nocivo que representa el que pretenda hacerse imponer una suerte de referéndum que legitime el impago de una deuda o el incumplimiento de condiciones pactadas con las instituciones europeas e internacionales. Por eso el presidente Tsipras tuvo que ir a su parlamento a presentar una propuesta prácticamente igual a la que se rechazó en la consulta de domingo pasado, para legitimarla y entregarla con ese aval a los acreedores. Seguramente la sensatez política se impondrá para evitar el temido Grexit, pero también veremos como se impondrán seguramente condiciones muy duras para las autoridades helenas. La experiencia política es muy aleccionadora, no solo para Europa sino para naciones como la nuestra, en donde continuamente se presenta la tentación de imponer una dosis de demagogia política a las decisiones económicas. El gobierno griego ha estirado la liga a un extremo tal que ahora mismo su población sufre severos problemas de abasto de medicinas, baja en la actividad económica, tiene el sistema financiero cerrado y ha perdido la confianza de los actores financieros del mundo. A partir de la pérdida de la confianza resulta mucho más costoso recuperar cualquier economía. Sin duda hay un dilema ético porque las condiciones vividas han sido muy duras para las familias griegas en los últimos años y las medidas impuestas no han dado resultados, pero el camino de una suerte confrontación para oponer la democracia a la realidad económica puede resultar contraproducente. El problema económico de Grecia requerirá de la solidaridad europea que significará perder una parte de lo prestado, pero más importante será ver si las instituciones son capaces de proponer un modelo viable de recuperación que permita reincorporar la confianza y la funcionalidad global en el muy corto plazo.

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