sábado, 5 de febrero de 2011

La revuelta en Egipto

Egipto vive una revuelta social en la que están inmiscuidos intereses extranjeros. Es un punto de importancia geopolítica por el canal de Suez, y su papel próximo Estados Unidos en las diputas de los árabes con Israel. La revuelta ha desatado el temor de que pueda llegar un régimen islamista al poder y atentar contra en equilibrio de fuerza en la zona. El temor es fundado. Pero hay que decir también que la política basada en un credo religioso, no es necesariamente violenta, ni siquiera en el mundo islámico, como tampoco son los musulmanes los únicos que se rebelan contra regímenes seculares en nombre de su fe, ya vimos que la Iglesia Católica desempeñó un papel importante en la rebelión contra el comunismo y los budistas en Birmania se opusieron a la junta militar.
Las organizaciones religiosas pueden movilizar al pueblo contra gobernantes corruptos y opresores, dado que la mayoría de las rebeliones son morales, además de políticas. Pero también cierto que cuando las instituciones religiosas toman el poder político, nunca son democráticas. No pueden serlo, porque la autoridad religiosa exige la obediencia a un poder divino, que, por definición, no se presta a la impugnación racional. Eso pasó en Irán en 1979 con Jomeini y ese el fantasma que se aparece cada vez que hay revueltas islámicas.
En el caso de Túnez y de Egipto las revueltas no han sido encabezadas por los grupos islamistas proscritos, que en el primer caso se agrupan en la organización denominada Partido del Renacimiento o Ennahdha y en el segundo el los llamados Hermanos Musulmanes. Ellos se han sumado a las movilizaciones y tratan de asumir control o influir en ellos. Por eso los gobiernos, tratan de evitar que esto suceda para prevenir la radicalización religiosa. El tema central en Túnez y Egipto es la caída de los gobernantes como símbolos y no cuestiones religiosas. En estas naciones no hay un Jomeini ni guerra santa o Yihad. Tenemos un hecho inédito: una revuelta civil en el mundo árabe, producida probablemente por la sensación común de frustración, indignación ante la corrupción y humillación por la opresión. La presión contenida que se ha expresado debe encausarse, porque si no de hace, entonces sí puede producir inspiraciones religiosas y más violencia suicida. Saber si los tunecinos y los egipcios se encaminan hacia un régimen liberal, más o menos democrático, es una de las grandes incógnitas. Quizá motivo de trabajo de los grandes servicios de inteligencia internacionales y de la preocupación expresada por el Presidente Barak Obama.
Egipto no es Irán, pero ya sabemos los que puede pasar cuando las aspiraciones democráticas quedan frustradas por miedo al radicalismo religioso. La lección de Argelia en 1992 también aporta en este caso: El golpe militar en aquella nación aplastó a los islamistas, produciendo una guerra civil que causó la muerte violenta de hasta 200.000 personas.
Hasta ahora, las multitudes de El Cairo, Alejandría y Suez no han sido violentas ni han estado enardecidas por la fe. Resulta imposible aún predecir lo que ocurrirá, pero es claro que ha iniciado un tormenta liberal para el mundo árabe.

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