sábado, 24 de mayo de 2014

GDL del futuro

La mayor aportación que los antiguos griegos hicieron a la concepción de las ciudades no se refiere a las formas, trazos, edificios o soluciones urbanas. Aun reconociendo la enorme belleza y sobre todo valor que significa el espíritu griego en la arquitectura y en el arte entero, lo más importante es la introducción del ciudadano libre. Como los héroes solitarios que describe Sófocles, era una especie de rey, casi un dios con figura humana que por derecho propio actuaba y buscaba mediante el ejercicio de la razón de “mantener una mano levantada frente al destino”. El ciudadano libre no le debía favor al príncipe, ahí se consagró com un ser dotado de todas las dimensiones humanas y para quién todas las partes de la vida están abiertas y son accesibles. Ese espíritu griego es el subyace en la construcción de las sociedades democráticas de nuestro tiempo. En la ciudad en donde impera la libertad el signo fundamental es que el espíritu repunte sobre el caos. El espíritu y no solo la razón. Es decir que la ciudad ha de ser el caldo de cultivo del crecimiento del hombre en plenitud y no solamente una cuadricula funcional eficiente. Es la confluencia del espacio público y el privado lo que conforma un clima social que fomenta o limita el crecimiento de la plenitud humana. Ciudades como la nuestra están llenas de vestigios de la lucha que se ha librado a lo largo de generaciones por dotar de orden, de eficiencia, de símbolos y aun de belleza a muchos edificios y espacios públicos y privados. Sin embrago, como ha sucedido en practicante todas las ciudades occidentales los muros y los signos que dividen y excluyen se hacen presentes de muchas formas. El pleno acceso a los espacios comunes, a los oficios que resguardan o muestran abiertamente el arte, la movilidad interna, el contacto con el entretenimiento y la facilidad para recibir información, y educación son lineamientos que deben marcar a las ciudades que albergan sociedades con vocación de conformar un estado social de derecho. En Guadalajara es necesario planear adecuadamente la edificación de espacios en los que puedan convivir personas de diverso origen, religión, capacidad económica y convicciones de una forma armoniosa y sencilla. Las ágoras de hoy son espacios dinámicos en las universidades, los bares, los restaurantes, las plazas, los teatros, los parques y las calles. Los espacios para dialogar públicamente son fundamentales para fomentar aquel talante que hace sobresalir el espíritu del caos. Que hace notar hombre por encima del contexto y que da brillo a las ideas sobre la simple experiencia sensible. Por eso el fomento de los usos mixtos e intensos de la superficie de la ciudad es fundamental. No por solo por un simple criterio de eficiencia que muestra ventajas en tiempo y recursos, sino sobre todo porque esa vida comunitaria que genera la conversación ciudadana dinámica en los espacios comunes es el motor para sentir orgullo de pertenecer a una comunidad dotada de identidad y capaz de proyectar al mundo un rostro rico, digno, propio. En Guadalajara debemos fortalecer la idea que en la ciudad viven hombres libres que son capaces de mantener la mano levantada ante el destino. Y capaces de hacer cosas trascendentes que van más allá de la circunstancia.

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