sábado, 17 de mayo de 2014

+ arte a GDL

No existe realmente el arte, solo los artistas afirmó Ernst Gombrich el prestigiado historiador del arte, muerto en 2001. Son precisamente ellos los que han marcado un derrotero en la creación de una civilización como la nuestra. Los artistas griegos impregnaron con sus obras a sus ciudades. Reflejaron en ellas un concepto de belleza inherente a lo humano. Plantearon proporciones, dimensiones y armonía geométricas. Crearon espacios en donde se vivió una experiencia sensible que no tiene comparación con otras culturas. Ahí surgió una nueva dimensión que ha perdurado a lo largo de los siglos en Occidente. Al colocar al hombre en el centro de su atención lograron una visión ciudadana en donde los pensadores y los artistas contaban con la libertad de crear y recrear las historias épicas que dieron sustento a su religión. Libertad para plantear explicaciones filosóficas que se difundían de forma horizontal en espacios citadinos como la Stoa, la Academia o el Liceo. El arte griego llegó a Roma donde fue reinterpretado con una visión más práctica y de ahí se fusionó con los conceptos cristianos. La atención a Dios de la edad media concentró la creación en ese eje hasta la llegada del renacimiento, cuando los artistas vuelven a colocar al hombre en el pedestal central. La belleza humanista se enriquece con la modernidad y se multiplica en la postmodernidad, con nuevas perspectivas y lenguajes. Las principales ciudades de Occidente (y ahora de Oriente) han dedicado especial atención a los espacios en donde se produce el arte y el pensamiento como a aquellos en los que se custodia y exhiben los legados que explican la civilización y nuestras culturas. No es casual que los museos y las universidades se conviertan en templos en donde se aprecia la creación de los artistas y pensadores. En Paris, Londres o Roma queda de manifiesta la importancia de estos sitios, lo que es adquirido y potenciado en Nueva York, Washington, y otras grandes ciudades americanas. En nuestro país la única ciudad que ha cultivado el desarrollo de estos sitios es la ciudad de México, en donde la oferta de museos y universidades tiene ese sentido de ciudad expuesta a la creación artística nacida en Grecia. En Guadalajara estos espacios son insuficientes para la perspectiva de gran ciudad que queremos. Desde hace apenas unos años se genera un movimiento para dotarla, pero la realidad es pobre. Espacios como el instituto Cabañas, el Museo Regional, el Museo de las Artes, las instalaciones de la Universidad de Guadalajara, merecen contar con mucho más para expandir a la sociedad el mensaje del arte y el conocimiento. La variedad de lenguajes mediante los cuales se expresan los artistas actuales obliga a contar con espacios escénicos, virtuales, y con capacidad innovadora para que la ciudad coloque en el centro de su atención a lo que pensadores y artistas crean aquí y en todo el mundo. Hoy los patrones de belleza se globalizan, pero al mismo tiempo adquieren mayor valor las expresiones culturales propias de regiones y países. La custodia y la creación de discursos que muestren el valor cultural propio que interactúa con el mundo es esencial para transformar nuestra sociedad. El estímulo a la creación y la difusión de las obras es signo de desarrollo y madurez de las ciudades. En la planeación de proyectos y en la asignación de recursos públicos estos temas deben estar presentes. Invertir en el hombre, en el arte, es la mejor inversión pública posible para las nuevas generaciones.

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