sábado, 13 de octubre de 2012

Violencia galopante

La información respecto a hechos violentos, comisión de delitos, verdaderas tragedias se multiplica en los contenidos de los medios de comunicación masiva. Cada día nos enteramos de más y más hechos sangrientos, y como verdaderos golpes de martillo, van llegando sobre nuestras mentes, los golpes que minan la capacidad de asombro. En los últimos años la sociedad mexicana ha sido expuesta a un verdadero alud de violencia que se puede resumir en una amplia crónica de miles y miles de homicidios cometidos en todas las ciudades del país. Las historias han sido contadas por los hombres de la televisión, de la radio, por los periodistas, por los políticos y lo más grave por los labios de millones de mexicanos en sus conversaciones cotidianas. La violencia ha llenado nuestras palabras, como ha llenado el espacio de convivencia pública y ha inundado las imágenes que miramos en millones de pantallas y dispositivos. Nuestros jóvenes han sido formados en los últimos años en una suerte ambiente violento que ha llegado a los espacios públicos y ha penetrado en las instituciones privadas en oleadas de miedo e inseguridad. Nuestros niños han aprendido el significado de palabras como asesinato, brutalidad, sangriento y se han expuesto a videos, fotos y palabras extremadamente violentas. Hemos permitido que nos inunde por todos lados este ambiente toxico que desplaza a la paz y la tranquilidad. Hemos dejado que a base de golpes sucesivos nos acostumbremos a la violencia como parte de nuestras vidas. Nos molesta la violencia pero ante la impotencia que sentimos por la impunidad que impera, pasamos a una suerte de resignación social. Nuestra capacidad de indignación se ha desgastado de tal forma que los hechos que hace pocos años eran capaces de sacar a la gente a la calle para protestar, hoy son parte cotidiana de los informativos y de los contenidos noticiosos de los periódicos. Hemos llegado a un punto en que debemos pensar con responsabilidad si queremos seguir por ese tobogán de deterioro o si queremos detenernos a decir ya no más y nos planteamos como reaccionar como sociedad ante la violencia generalizada. Perder la capacidad de indignación es un cáncer social que amenaza seriamente la calidad de vida de las nuevas generaciones de mexicanos. Parar mirar e indignarnos no es suficiente hay que participar, cada uno en nuestra trinchera, en una lucha por la paz y la tranquilidad. Cuidar el entorno en el que crecen nuestros niños es una obligación moral de primer orden que compartimos todos. Explicar que lo que vivimos en una crisis, que es excepcional y no la “normalidad” es lo primero que habrá que decir a tantos jóvenes que no han visto otra cosa que violencia en últimos años. Comunicar nuestra indignación ante el pisoteo de la dignidad que nos rodea es vital para revertir la perversa inercia que nos acostumbra a vivir paralizados por temores y miedos. A los niños mexicanos debemos decirles que lo normal es que vivan en paz.

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